domingo, 9 de mayo de 2010

Carta de una docente de San Martín agredida en el patio de la escuela por la madre de una alumna.

El día lunes 3 de Mayo, la maestra de 6º de la EP Nº 39 de San Martín, Gabriela Perez, quien se encontraba en el patio de la escuela, fue agredida brutalmente por una mamá quien le propinó 3 golpes certeros de puño en el rostro.

Esta agresión, fue presenciada por todos los alumnos que se encontraban en el recreo y vieron sangrar profusamente a la docente. Varios de ellos, debieron ser retirados por sus mamás descompuestos, luego de la espantosa escena de violencia.
Es preciso aclarar que esta mamá tiene en el establecimiento, 80 actas (sí ¡80!) por diversos actos de violencia que comenzaron a producirse desde el año 2004 contra docentes y auxiliares del establecimiento.
Desde esa fecha hasta el momento las autoridades educativas no han tomado ninguna medida que proteja la integridad física y psíquica de los docentes, ni de los alumnos de la institución.
La situación de violencia y las agresiones a los docentes en las escuelas se ha incrementado, transformándose en moneda corriente, la variable de ajuste de la crisis de la educación.
Paremos esta escalada de agresiones a los trabajadores de la educación.
Esta es la carta que escribió Gabriela para sus compañeras, los padres y alumnos.


A mis compañeras


A mis alumnos

A sus padres

Cuando decidí escribir estas líneas, pensé y repensé, en cual debía ser mi actitud luego de los hechos de violencia padecidos,

en como iba a pararme nuevamente frente a mis alumnos y a sus padres.

Sentí, la brusca mezcla de impotencia, bronca y desolación.

Sentí eso y mucho más, pero estas amargas sensaciones fueron cambiando a partir de la inconmensurable muestra de

solidaridad expresada por parte de mis compañeras de trabajo y del cariño de ustedes que también me llegó.

Ellas, mis COMPAÑERAS, me hicieron sentir contenida y comprendida. Me diluviaron en palabras y en gestos de protección.

Comprendí además, que todos estamos heridos en el corazón, porque nuestro lugar ha sido profanado, una vez

más por la violencia.

Este lunes, sentí el peso de mi profesión y me di cuenta que el respeto a mi guardapolvo pudo más que mi propio instinto,

y me llevó a bajar los brazos ante la agresión sufrida.

Lamentablemente debo decir que si yo hubiese sido la agresora ya estaría sumariada y separada del cargo. Siendo una vez

más, nosotros/as, los trabajadores/as, la injusta variable de ajuste.

Luego de la agresión padecida, siento la impotencia de tener que recluirme en casa de no poder estar frente a mis alumnos,

al lado de mis compañeras para aguantar juntas la difícil situación de sentir el peso del sistema.

Sin embargo, pensé en la palabra y me dije: Aún tengo la palabra y por eso me atreví a estas líneas.

En un sistema educativo en el cual nosotros cargamos con todo el peso del abandono, la violencia se transforma cada vez

más en la voz trágica

Luego de tanto andar hemos llegado a un límite que no debemos volver a cruzar, juntos debemos decir:” ¡Basta! ”, “No

más agresiones”, los seres humanos queremos y necesitamos: respeto y reconocimiento.

Se que mi lugar en el mundo, esta en las aulas, enseñando algo más que contenidos, defendiendo la escuela pública, al lado

de mis compañeras y sacando todas las conclusiones del caso.

Está en nuestras manos actuar consecuentemente.

Hoy, más que nunca creo en la palabra, no creo, ni voy a creer en el hecho de que no se puede hacer nada ante esto que

padecimos todos.

Hoy entiendo un poquito más, la frase del poeta uruguayo Salvador Puig: “Las palabras no entienden lo que pasa...”

Las palabras no entienden lo que pasa:

Las vocingleras, las oscuras, las dóciles,

las que llaman las cosas por su nombre,

las que inventan el nombre de las cosas;

las palabras que dije o me dijeron,

las que aprendí en los libros,

las que escribo,

las que pensé mirando una ventana,

las que acercándose al silencio, gritan;

las que al tocar el fuego, se desfogan,

las que truecan los trinos y los truenos,

las que sirven la mesa de mi casa,

las de la nítida caligrafía que cae por las

paredes de la escuela,

las que dicen a dúo el pez y el pájaro;

las palabras que tuve o que no tuve

para llamar al mundo y que viniera,

las que tienden un hilo minucioso

que va de los balcones a las bocas,

y de las bocas a la historia, y pasan,

las que pasan la noche entre papeles,

o suben la escalera del insomne,

y se introducen en su sueño a ciegas;

las que ordenan el ruido en los rincones,

las que barren el vómito de rabia,

las que saltan del fémur a la luna,

las que cortan la sombra calcinante,

las que labran un nombre en una piedra

para mejor perpetuar el olvido,

las que bajan al árbol por el aire

y se trepan al cielo por el tronco,

las que mastican un cangrejo lento,

las que anuncian el fin de la Cuaresma,

las que le quitan sueño al asesino

y lo dejan dormir y le montan guardia,

las que no sangran, aunque se las hiera,

las que no mueren, aunque se las mate;

las que roban futuro en un embudo,

las que administran mitos y virtudes,

las que mantienen trato con el viento,

las que advierten el agua incinerada,

las que abren los labios de la tierra

buscando el astrolabio de tu grito,

las que te dicen, sin creer que oyes:

–Vuelve a luchar Ramón, aunque te mueras...

Las palabras no entienden lo que pasa.

Gabriela V. Perez

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